Desde hace algún tiempo trabajando con mujeres que han sufrido algún acontecimiento doloroso importante, me he dado cuenta de lo difícil que es para ellas dejar que se vaya ese dolor.
Después de haber trabajado en su estado emocional y ser conscientes de que es momento de desprenderse del dolor que les causó ese acontecimiento, se resisten, es como si se quedasen desnudas y en verdad no desean “dejar ir” ese sentimiento. Prefieren seguir atadas a ese estado.
Quizá me digas: “A nadie le gusta sufrir”, esta afirmación es más una frase hecha que una realidad. La verdad es que parece que a muchas personas, sí les gusta sufrir: no porque les guste el dolor, sino porque creen que “ese es su destino”.
El dolor, nos hace sentirnos vivos, nos llena de energía, incluso nos motiva. Estas 3 características, son las que se buscan en todas las adicciones ya sean beneficiosas o destructivas. El hecho que sea un estímulo doloroso, no afecta en lo más mínimo la realidad de los efectos que produce.
La adicción al sufrimiento, de la misma manera que la adicción a las drogas o al juego, genera un patrón de compulsión repetitiva en el que la persona busca esa sensación continuamente y de forma inconsciente lo que hace es generar situaciones que acaben de forma conflictiva y le proporcionen ese dolor que necesita.